En la vuelta del Barça al Estadi Olímpic Lluís Companys como local, el equipo de Hansi Flick superó con su enésima remontada a una defensiva Real Sociedad (2-1) y asaltó la primera posición de LaLiga, aprovechando así la manita que le enchufó el Atlético al Real en el derbi de Madrid. Un partido que necesitó del regreso de Lamine Yamal, después de su inoportuna y polémica lesión con la selección española. El canterano jugó la última media hora y decidió el partido nada más entrar. En menos de un minuto, ya había dado una asistencia de gol decisiva a Lewandowski y había cambiado la cara al equipo.
Una exhibición que llega en sus primeros minutos después de la Gala del Balón de Oro y que se puede leer como un claro mensaje a todos aquellos que piensan que todavía no es el momento de darle el galardón. Una noticia que recibieron con satisfacción dos bandos opuestos, pero unidos por esta decisión. Por un lado, estaban los seguidores del Real Madrid, felices con cualquier episodio que impida un nuevo motivo de orgullo al barcelonismo, aunque el FC Barcelona fuera, junto con el PSG, el equipo más laureado de la gala con premios que engrandecen un año más la gran labor que se hace en la cantera azulgrana y que coronaron a Aitana Bonmatí como mejor jugadora del mundo por tercer año consecutivo.
Pero, por otro lado, y paradójicamente, también estaban algunos culés que veían en la victoria de su joven estrella un riesgo más que un éxito. Temían que un reconocimiento tan prematuro terminara relajándole, que el hambre de superación se apagara con la barriga llena.
Un sufrimiento, el de la afición culé, que es endémico. A diferencia de cómo se vive el fútbol en Madrid, en Barcelona siempre sufrimos. Vayan bien o vayan mal las cosas. En este caso, su gran “problema” es tener apenas 18 años. Esa juventud, que debería ser motivo de ilusión, se convierte en una excusa constante para la desconfianza: que si su padre es cómo es, que si su fiesta de cumpleaños no fue adecuada, que si su novia, que si la celebración de la corona, que si heredar la camiseta número 10 de Messi es demasiada presión a su edad…
Un catálogo de recelos que no descansa y que proyecta todos los miedos del culé cuando lo que realmente debería preocupar no es su entorno, ni los premios que gane o deje de ganar, ni siquiera sus gestos o elecciones personales. La verdadera amenaza está en lo físico, en ese cuerpo todavía en desarrollo que ya sufre problemas de pubalgia y que, sometido a la brutal exigencia de este fútbol desbordado por el negocio, corre el riesgo de romperse antes de tiempo. Sería una tragedia que las lesiones nos privaran de seguir disfrutando de una irrupción tan luminosa, tan refrescante y tan necesaria para este deporte. Porque la aparición de Lamine Yamal no debería ser motivo de miedo, sino de alegría.
Y la mejor noticia es que, mientras tanto, ajeno a todo, Yamal sigue su camino, sin ruido, construyendo su carrera desde sus propias vivencias: las que le llevan a abrazar a Dembélé tras recibir el Balón de Oro, las que le empujan a entrenar con ambición, y las que transforman un talento extraordinario en una promesa real de convertirse en uno de los grandes nombres de la historia del fútbol.
Su comportamiento, al igual que el Barça de Flick, está rompiendo muchos esquemas al socio de toda la vida. Antes, con 2-0 a favor, el socio sufría para que no nos remontaran. Ahora, con 0-2 en contra, está tranquilo porque saben que van a remontar. Un cambio de paradigma de un equipo liderado por un jugador que también está mostrando al mundo la forma de ser de las nuevas generaciones de jóvenes. Porque la singularidad de Lamine Yamal no radica solo en lo que hace sobre el césped, sino por ese carácter especial que tiene, una valentía que asoma sobre todo ante cualquier adversidad. Tiene contradicciones, como cualquiera, y comete errores, como todos. Pero sus códigos vitales no siempre se corresponden con los que dicta la sociedad establecida, lo que desconcierta a quienes lo juzgan desde parámetros clásicos y, en cambio, conecta de manera directa con otros que ven en él un referente distinto. El fenómeno Lamine Yamal no es únicamente deportivo, ni siquiera local. Lamine Yamal ya es una marca global, cultural e intergeneracional.
Y ahí se debe agarrar también el club. Porque mientras unos sufren por lo que pueda pasar en un futuro, él sigue avanzando, con serenidad y determinación, rebelándose contra lo que se supone “normal” y aceptando su destino con una sonrisa. Y ahí está también lo más valioso: un chico que, pese a cargar con tantas expectativas y prejuicios, continúa caminando con firmeza hacia un futuro que puede ser tan brillante como él mismo decida.
Por eso mismo yo creo que, ahora mismo, la opción más sensata es que vivamos al día y que, con o sin Balón de Oro en sus manos, sigamos disfrutando sobre el césped del futbolista más determinante del planeta y uno de los pocos capaces de llenar un estadio solo con su presencia.